Una nueva zarza ardiente
El argumento de la increencia
Parte 1: Una deidad que se desvanece

De acuerdo con la tradición judeo-cristiana, la creación del mundo comenzó tal y como se narra en el libro bíblico del Génesis. Los milagros que allí figuran son sin duda los más magníficos de la Biblia: la luz apareciendo por decreto divino, un enorme firmamento dividiendo las primitivas aguas del caos, el sol y la luna colgados en el cielo como joyas en un collar; y la vida surgiendo de la tierra , el agua y el polvo. Incluso después de la creación estuvo completa, Adán y Eva, la primera pareja, estaban en constante contacto con Dios. Él les hablaba directamente, caminaba con ellos al atardecer, y les presentó muestras de todos los animales para que fuesen nombrados. La evidencia de su presencia se podía ver en todas partes, impregnando cada uno de los rincones del Edén. Incluso después de que los primeros humanos cometieran el pecado que dio lugar a su expulsión del Paraíso, la existencia de Dios seguía siendo innegablemente obvia. En las próximas generaciones él siguió mostrándose a sí mismo con ellos, hablando con ellos, e incluso se llevó a uno (Enoc) directamente al cielo.

Para el tiempo del Éxodo Israelita, la presencia de Dios en el mundo empezó a ser un poco menos evidente. A pesar de que todavía se manifestaba a sí mismo y solía comunicarse con grandes profetas como Moisés; la gente común ya no gozaba del beneficio de recibir mensajes claros y directos de parte de su deidad. Sin embargo, Dios si solía probar su existencia de vez en cuando mediante el envío de impresionantes milagros; en su mayoría en forma de castigos dirigidos a los impíos: duchas de ranas, enjambres de langostas, ríos convertidos en sangre, y así sucesivamente.

Con el paso del tiempo, sin embargo, los castigos de Dios se fueron volviendo más susceptibles a explicaciones naturales (el saqueo de Jerusalén, el cautiverio babilónico, etc). Los milagros evidentes, al igual que las comunicaciones directas; fueron haciéndose cada vez más escasos. Para el tiempo del Nuevo Testamento, según el cristianismo, Dios ya no se pronunciaba desde una zarza ardiente, un pilar de llamas, o alguna otra forma evidentemente sobrenatural. En lugar de eso, se presenta de forma completamente humana en la persona de Jesús. Y si bien, según la Biblia, Jesús hizo algunos milagros, se trataba casi siempre de cosas pequeñas y locales – curar los enfermos y los ciegos, convertir el agua en vino, revivir a un hombre muerto, etc - milagros que, sin importar que tan impresionantes pudiesen haber sido para sus testigos, fácilmente hubiesen sido pasados por alto por las personas en la ciudad más próxima. De ninguna forma se comparan a las inundaciones catastróficas globales, murallas de ciudades que se derrumban al sonar de una trompeta, o ejércitos de millares que mueren misteriosamente la noche a la mañana. Milagros de un grado algo mayor le siguieron a la muerte de Jesús, como el oscurecimiento del cielo o los santos que regresaron a la vida, pero esos hechos parecen haber pasado sin ser notados, teniendo en cuenta la poca atención que la misma biblia les presta.

Dos mil años más tarde llegamos a nuestros días. Dios ya no hace apariciones globales de ninguna forma, y los milagros evidentes han cesado desde hace mucho tiempo. Fenómenos misteriosos que alguna vez fueron atribuidos a su voluntad, tales como plagas o terremotos, ya han sido explicados como resultado de leyes naturales. A pesar de que algunos creyentes afirman que esta calma es sólo temporal antes de que Dios vuelva en una conflagración de fuego para reclamar a los fieles como suyos, los acontecimientos que, según ellos, son señales del apocalipsis no son diferentes de la lucha que ha tenido lugar en este planeta durante miles de años. Más importante, con los albores de la revolución científica, el conocimiento sobre el universo se ha expandido enormemente, y Dios no ha evolucionado para estar a la altura de las circunstancias. Mientras que la vasta e intrincada historia de la vida en la Tierra y la inconcebible inmensidad del cosmos se han ido aclarando para nosotros, los principales textos sagrados nos siguen hablando de dioses pequeños, deidades que se preocupan únicamente de una tribu de personas, una pequeña región del mundo, una ciudad de todas las del planeta.

Hay un patrón claro aquí, y la mejor manera de resumirlo en la siguiente: A lo largo de la historia, Dios se ha ido desvaneciendo. El tiempo en que el mundo era pequeño y Dios estaba en control se encuentras siempre en un pasado lejano. Cuanto más cerca nos encontramos del presente, menos comunes son sus milagros y menos accesible se vuelve; hasta el día de hoy en donde la actividad divina apenas se distingue de lo inexistente. Cuando la Biblia nos habla de una época donde Dios partía mares con la fuerza de su palabra, hoy sus actos más impresionantes parecen estar reducidos a la creación de figuritas en las paredes que vagamente se parecen a imágenes religiosas y a la curación por fe de un mínimo porcentaje de sus fieles.

Este patrón no se limita a las religiones judeo-cristianas. Casi todos los sistemas de creencias en el mundo cuentan una historia similar: una antigua edad de oro donde los dioses eran evidentes y los milagros abundantes, seguida por una declinación constante de dichas ocurrencias hasta llegar a un presente natural. El tipo de acontecimientos descritos por la Biblia y otros libros sagrados simplemente no ocurren ni por asomo en el mundo de hoy, y la frecuencia de supuestos milagros parece a disminuir casi en proporción directa a nuestra capacidad para ponerlos a prueba. ¿Cómo se podría dar cuenta de dicho fenómeno?

Parte 2: ¿Donde está Dios?

¿Dónde está Dios? Es una pregunta legítima, y una que sin duda tenemos derecho a preguntar. Si tal ser existe, ¿por qué no lo vemos?

Hasta el teísta más devoto, incluso aquel que cree que los milagros siguen siendo abundantes hoy en día, debe admitir que la existencia de Dios no es obvia en la forma en que, por ejemplo, la existencia de nuestro mejor amigo es obvia. Dios no es la clase de ser que uno pueda ver con los ojos, escuchar con los oídos, tocar con las manos, etc. En lugar de ello, afirman los creyentes, la existencia de Dios no se percibe a través de los cinco sentidos ordinarios, sino a través de alguna clase de sentido adicional, uno que trabaja de una forma completamente diferente de los otros cinco.

Tal afirmación, sin embargo, plantea algunas preguntas importantes. En primer lugar, cual es exactamente el sentido que percibe a Dios, y ¿cómo funciona? Los otros cinco sentidos operan sobre objetos del mundo físico, objetos cuya existencia está sujeta a verificación independiente por otros medios. El sentido de la visión responde a los fotones, el sentido del olfato responde a las moléculas que se difunden a través del aire; el sentido del tacto detecta la forma, la temperatura y la composición de objetos materiales, etc. ¿A que objeto o fenómeno responde el "sentido de Dios" y de que otra forma puede ser detectado?

Aparte de esta falta de detectabilidad independiente de su objeto, el "sentido de Dios" encara otra dificultad. Dejando de lado ocasionales excepciones como el daltonismo, dos personas percibiendo el mismo objeto por medio del miso sentido llegarán fácilmente a un consenso sobre si el objeto es de color rojo o no, si sabe dulce o salado, si su superficie es suave o rugosa, etc. Sin embargo, este no parece ser el caso con el "sentido Dios". Por el contrario, distintas personas - todas los cuales insisten en que su propia percepción de Dios es clara y correcta – difieren, a menudo de manera espectacular, sobre las características de dicho ser. Algunos creen que Dios es amor y misericordia, otros que es iracundo y vengativo; algunos lo pintan como un ser personal, otros impersonal; algunos sostiene que es infinito, otros que es limitado, y así sucesivamente. Algunas personas incluso difieren sobre si existe un solo dios o varios de ellos! Obviamente no todos ellos pueden estar en lo correcto. Pero sin una forma confiable de resolver la cuestión de forma independiente ¿por qué habríamos de creer que alguno de ellos lo está?

Siendo que no hay manera de detectar independientemente el objeto al que supuestamente responde (no hay forma de construir un "Dios-o-metro"), y teniendo en cuenta que la gente de ninguna manera se logra poner de acuerdo en las características de dicho ser, la conclusión más razonable es que el sentido detector de Dios no existe en absoluto. Parece más bien que tenemos una amplia gama de personas, cada una de las cuales que considera sus propias creencias subjetivas como una verdad objetiva. Tales arenas movedizas no pueden ser en ningún caso una guía confiable para la verdadera naturaleza de la realidad. Muchas personas lo largo de la historia han creído, y siguen creyendo hoy, cosas que en retrospectiva resultaron ser totalmente erróneas. Si hemos de adquirir conocimientos correctos sobre algo, es claro que necesitamos una forma más confiable de observarlo y percibirlo.

Por supuesto, sólo porque no hay un sentido de detección de Dios no significa, de por sí, que Dios no existe. Puede haber muchos fenómenos naturales que no podemos detectar, por ejemplo. Sin embargo, algo que no podemos detectar directamente y que no tiene efectos medibles en los objetos que podemos detectar es, en la práctica, equivalente a algo que no existe. Incluso si de verdad existen objetos totalmente indetectables, da igual vivir nuestras vidas como si dichos objetos no existieran, pues nunca podremos saber nada acerca de ellos.

Sin embargo, no estoy sugiriendo que Dios debe ser indetectable por definición, todo lo contrario: Si de verdad existe un dios, como muchas religiones sostienen, entonces él claramente tiene la habilidad para revelarnos su existencia- no a través de algunos sentimientos interiores poco confiables y altamente subjetivos, sino a través de los otros, que son sin duda mucho más confiables ¿Por qué Dios, si existe, no se revela de forma inequívoca? ¿Por qué no se manifiesta como algo que podamos ver con nuestros ojos, oír con nuestros oídos o tocar con nuestras manos? Esto obviamente está dentro de las facultades de un ser omnipotente. Si dicho ser existe ¿por qué no ha sucedido?

Tampoco estoy sugiriendo que Dios, si ha de manifestarse en el mundo, sólo pueda hacerlo de alguna forma dramática como una gran figura al estilo Miguel Ángel desgarrando el cielo. Una manifestación terrena sería más que suficiente para la mayoría de los propósitos; siempre y cuando fuera empíricamente detectable y siempre que pudiésemos comunicarnos con él de una forma significativa. En otras palabras, todo lo que estoy pidiendo es que Dios, si es que existe y desea que sepamos de él, interactué con nosotros de la misma manera en que esperaríamos que cualquier ser humano razonable con los mismos deseos lo hiciera.

Pero esta simple y razonable estrategia no ha sido llevada a cabo. En vez de eso, dicen los teístas, Dios ha adoptado una estrategia para acercarse a los seres humanos que sólo puede ser descrita como extraña: siempre manteniéndose oculto, nunca manifestándose claramente a pesar de ser perfectamente capaz de hacerlo, pero dejando pistas vagas de vez en cuando. Imagine que usted ama a una persona con todo el corazón y quiere que esta lo ame a cambio; pero en lugar de acercarse y explicar sus sentimientos, opta por permanecer oculto, nunca dejando que le vean o escuchen, pero intentando llamar su atención de vez en cuando a través de medios indirectos: dejando dinero donde lo pueda encontrar, entrando en su dormitorio mientras duerme y mover las sabanas de alguna forma imperceptible, o (la que ha sido empleada por el dios evangélico) enviando un flujo constante de representantes a llamar a la puerta de esa persona especial y mandarle a decir que usted la ama y quiere pasar su vida con ella - pero indicándole a esos mismos representantes que deben de calificar las peticiones de dicha persona de verlo como una falta de fe de su parte. ¿Sería esto un comportamiento racional? En dicha situación, culparía usted a la otra persona por comenzar a dudar de sus intenciones? Y, sin embargo, si aceptamos las afirmaciones de muchos teístas, este método es precisamente la forma que Dios eligió para acercarse a la humanidad. ¿Cuál podría ser el punto de dicho comportamiento?

Hasta ahora el argumento puede resumirse de esta forma: Cuando estudiamos la historia de las religiones, nos encontramos con narraciones de grandes milagros y apariciones divinas. Estas historias no se ven corroboradas por ningún tipo de eventos similares en el presente. No existe una forma fiable mediante la cual los humanos puedan corroborar la existencia de Dios; y si bien los teístas nos dicen que Dios tiene el poder de agarrar el argumento contundentemente a su favor, no hay acontecimientos que, razonablemente, puedan interpretarse como este tipo de ocurrencia. En pocas palabras, Dios está ausente, y las pruebas claras de su actividad no aparecen por ningún lado.

Si este razonamiento se dejara sin más, sería simplemente una observación, incapaz de favorecer un punto de vista por encima de otro. Sin embargo, puede convertirse en los cimientos de un potente argumento a favor de ateísmo comúnmente conocido como el argumento de ocultamiento divino. Este argumento se basa en el hecho de que la presencia de Dios en el mundo no es evidente, y se complementa con la tesis de que, si Dios existiera, tendría buenas razones para hacer evidente su presencia - y desde allí llega a la conclusión de que la explicación más probable para la falta de manifestaciones divinas es que no existen seres divinos en absoluto. Este argumento se presentará con más detalle en la siguiente sección.

Parte 3: El argumento de ocultamiento Divino

La mayoría de los ateos, si se les pregunta por qué no creen en Dios, probablemente responderán que es porque no ven pruebas fidedignas de la existencia de dicho ser. El argumento de la increencia no es más que una versión formalizada de esa postura. En resumen, este afirma que la falta de una manifestación de Dios se explica mejor asumiendo que Dios no existe en vez de asumir que si existe pero decide permanecer oculto. A continuación se presenta una versión más formal del argumento, enunciado como una refutación por contradicción:

Asunción (1): Dios existe.
Asunción (1 a): Dios desea que las personas sean conscientes de su existencia.
Asunción (1b): Dios desea que la gente lo adore de manera específica.
Asunción (1c): Dios tiene la capacidad de hacer evidente su presencia y explicar claramente lo que desea.
Premisa (2): La presencia de Dios no es evidente en el mundo.
Premisa (3): Muchas personas no creen en Dios debido a una falta de evidencias.
Premisa (4): Muchas personas que creen en Dios no están de acuerdo en lo que desea, debido a la falta de evidencias.
Premisa (5): Que Dios hiciera su presencia evidente y explicase sus deseos pondría remedio a (3) y (4), sin tener efectos negativos considerables.
Conclusión (6): Si Dios existe, haría su presencia evidente en el mundo y explicaría claramente lo que desea. ( de (1), (5))
Contradicción: Pero esto no ha sucedido. (de (2))
Conclusión (7): Dios no existe. (de (6), (2))

Al igual que con el problema del sufrimiento, hay algunas tradiciones teístas que no encaran mayor dificultad con este argumento. Están los deístas, por ejemplo, que generalmente sostienen que Dios no desea determinado tipo de culto por parte de los seres humanos y además le interesa más bien poco si creemos o no en su existencia. Este argumento no afectará a dicho grupo. También están las tradiciones religiosas universalistas que creen que todas las formas de adoración son aceptables para Dios. Estos grupos se enfrentan a una dificultad reducida, pero no eliminada, con el argumento de ocultamiento divino. Presumiendo que creen que, como mínimo, Dios quiere que creamos en su existencia – para ellos todavía hay ateos, y una obvia manifestación de Dios eliminaría a muchos, si no a todos, de los mismos.

Sin embargo, la mayoría de las tradiciones religiosas sostienen que Dios desea tanto que creamos en su existencia como que lo adoremos de alguna forma específica, y es contra estos que el argumento de la increencia golpea con más fuerza. Pues si de verdad existe un Dios que desea que la humanidad cree en él y lleguen a conocerle, ¿por qué no tomar medidas eficaces para garantizar que esto ocurra? Si Dios se manifiesta de forma obvia y explicase claramente lo que quiere de nosotros, la inmensa mayoría de los no creyentes probablemente se convertirían, y la mayor parte de la confusión religiosa sería eliminada. Siendo que este es el curso de acción que mejor se acomoda a sus objetivos, una deidad racional y benevolente desearía llevarlo a cabo. El hecho de que tal evento no ocurra, por lo tanto, debería tenerse en cuenta como prueba contra la existencia de dicho ser.

Que una manifestación evidente de Dios convertiría a muchos no creyentes debería estar fuera de disputa. Como escribí en "¿Que convencería a un ateo?", sin duda comenzar a creer en Dios si fuese testigo de una clara manifestación divina, y la gran mayoría de los ateos probablemente también. ¿Por qué algún otro no-creyente lo haría de otra manera, al enfrentarse con la incontrovertible evidencia de que estaban equivocados? En cualquier caso, los ateos, por definición, ya no creen en Dios. ¿Qué daño podría hacer si él se apareciera y tratara de convencerles de lo contrario?

Del mismo modo, no debe generar polémica la afirmación de si Dios explicará claramente lo que desea pondría fin a la tan marcada confusión religiosa. Dada la carencia actual de comunicación y orientación divina que, se nos dice, fue una vez tan frecuente (véase la parte 1 del ensayo), no es sorprendente que la humanidad se haya fragmentado en tantas diferentes religiones y sectas, cada una de las cuales sostiene diferentes y contradictorios puntos de vista sobre lo que Dios desea para nosotros. Una oportunidad para contactar directamente a Dios y conocer cuáles son sus deseos sin duda resolvería esta controversia una vez por todas. No sólo lograría que la gente rindiese culto como Dios quiere, sino que también haría una enorme cantidad de bien colateral al poner fin a las luchas y violencia religiosa tan generalizada entre los hombres. Una vez más, las personas a las que Dios se aparecería ya de por sí creen en su existencia y ya han manifestado disposición a seguir sus órdenes. ¿Cómo podría confirmar sus creencias hacerles algún daño?

Si esta línea de argumentación es aceptada, se deduce claramente que si Dios se manifestase a sí mismo generaría importantes efectos positivos, sin efectos negativos considerables. Se sigue entonces que, si Dios existe, no esperaríamos sino que se manifestase de forma clara; cosa que ni por asomo ha sucedido. La conclusión más probable es que Dios, o al menos el tipo de dios que se define en la premisa (1) no existe, y por lo tanto esta justificado no creer en él. Este es en pocas palabras el argumento de la increencia.

Este argumento no pretende ofrecer certezas, sólo la probabilidades. A mayor confianza ofrezcan las premisas, mayor confianza tiene su conclusión; pero dichas premisas, al igual que todo en el conocimiento, no puede ser totalmente demostrado. Aún así, creo que hay motivos de peso, mostrados más arriba, para considerar que cada uno de ellos es probablemente cierto. En cualquier caso, no necesitamos tener certeza absoluta para ser ateos – tan solo una sincera convicción de que el ateísmo es más probable que cualquiera de las demás alternativas.

Por supuesto, cualquier argumento es solo tan bueno como sus premisas, y los defensores de diversas tradiciones religiosas han atacado cada premisa del argumento del ocultamiento divino. En la siguiente sección se tratan estos ataques y la respuesta atea a cada uno de ellos.

Parte 4: Respondiendo apologías

Respuesta 1: La existencia de Dios es obvia. Aquellos que lo niegan lo hacen por terquedad o debido a egoístas razones personales.

Intentando eludir el argumento del ocultamiento divino, algunos apologistas alegan que la presencia de Dios es evidente en el mundo, y que es solo un prejuicio por parte de los ateos lo que les impide reconocerlo. El ejemplo más famoso de este argumento viene de la Biblia, el versículo 1:20 del libro de Romanos:
"Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." (Traducción reina Valera)
La respuesta más simple a este argumento es que sencillamente no es cierto. No hay nada sobre la mera existencia del mundo que requiera inferir un creador sobrenatural. Esto es meramente la forma clásica del argumento cosmológico, refutado en el "Motor inmóvil": postular un dios que creó el universo no explica nada que no se explique igual postulando que el universo ha existido siempre y ha lugar a todas las demás causas por efecto de leyes naturales.

Aparte de eso, esta respuesta no responde en absoluto al segundo aspecto del argumento del ocultamiento divino, a saber, que si Dios se revelase a sí mismo pondría fin al desacuerdo generalizado entre los creyentes en lo que respecta a su naturaleza y sus deseos para la humanidad.  Incluso si concedemos, para efectos de la discusión, que el mundo fue creado por un poder sobrenatural, no hay nada que indique que este poder es perfecto, eterno, misericordioso, etc.  Podría haber sido un maléfico demiurgo, un panteón de deidades, o una deidad falible e imperfecta. Diversos grupos de personas a través de la historia han creído en todas estas y muchísimas otras posibilidades, dejando por el suelo la afirmación de que la mano de obra de un Dios único y perfecto es "evidente" en la naturaleza. Si las cualidades de Dios son tan evidentes en su creación, ¿por qué es que la gente no logra ponerse de acuerdo en cuales son?

Incluso el creyente más fervoroso debe admitir que la presencia de Dios en el mundo no es evidente en la forma en que podría ser. En caso de que existe un dios, podría hacer su presencia evidente de una manera que no requiera "inferencia" alguna. ¿Por qué Dios no se revela a sí mismo de una manera que demuestra la intencionalidad y permite una comunicación verdadera? Una cosa es afirmar que la existencia y regularidad  del mundo implican una inteligencia oculta detrás de bambalinas, pero otra muy distinta es que esa inteligencia nos lo diga directamente. Mientras que la primera afirmación es discutible en el mejor de los casos; ni siquiera el ateo más firme puede negar a un dios que se aparece y habla con nosotros de una forma directa. Esta defensa contra el argumento del ocultamiento divino no puede explicar por qué Dios no hace esto, y, por lo tanto, no puede considerarse un éxito.

Respuesta 2: Si Dios se revelase a si mismo violaría nuestra libre albedrío, pues entonces los seres humanos no tendrían más opción que seguirlo y amarlo.

Probablemente la defensa más común contra el argumento de ocultamiento divino. Esta respuesta sostiene que Dios desea no sólo desea que le rindamos culto, sino que lo hagamos por elección propia.  Aunque podía fácilmente manifestarse a sí mismo y forzarnos a que lo sigamos, sostienen muchos teístas, esto sería coerción y no se parece para nada a lo que quiere de nosotros; en lugar de ello, dicen, el desea que esa elección provenga de nuestra propia voluntad.

La respuesta más obvia en contra de este argumento es señalar que las mismas tradiciones religiosas la refutan sin quererlo. En la tradición Abrahámica, por ejemplo, que abarca el judaísmo, el cristianismo y el Islam, tanto Satanás como los primeros humanos pudieron desobedecer a Dios a pesar de estar constantemente en su presencia y, presumiblemente, no tener dudas acerca de su existencia. Las escrituras del Antiguo testamento también nos cuentan acerca del Faraón de Egipto que se negó a liberar a los israelitas de su cautiverio a pesar de las abrumadoras demostraciones del poder de Dios; hasta los mismos israelitas incurrieron repetidas veces en idolatría a lo largo de su historia, a pesar de la dolorosa familiaridad con la ira divina que inevitablemente le seguía a quien adoraba dioses distintos de Yahvé.  Las Escrituras cristianas hablan de los fariseos que niegan la divinidad de Jesús a pesar de los milagros realizados en frente de sus narices, y del apóstol Judas que lo traicionó a pesar de tener un conocimiento de primera mano sobre su verdadera identidad. Si una manifestación de Dios sería coerción, como sostiene la defensa del libre albedrío ¿por qué es que, según sus mismos libros sagrados, Dios hizo exactamente eso en tantas ocasiones pasadas? ¿Se supone que a Dios no le molestaba ejercer coerción en ese entonces? Y ¿por qué no es coerción cuando los seguidores de Dios dan cuenta de los milagros y se las presentan a los demás como verdaderas?

Aparte de eso, esta apología no tiene ningún sentido. ¿Por qué tener pruebas directas de la existencia de Dios nos obligaría a adorarle? El mero conocimiento de que Dios existe no nos obligaría a obedecerle más de lo que nos vemos obligados a obedecer a cualquier otra persona de cuya existencia estamos seguros. Incluso si supiéramos con certeza que Dios existe, aún seríamos perfectamente libres para hacer caso omiso de sus mandamientos o de rechazarlo como un tirano que no merece nuestro culto. Hacer que una persona este consciente de un hecho no infringe para nada en su libre albedrío. ¿Acaso un curso sobre seguridad con las armas impide que alguien a cometa un robo a mano armada? Si un científico sostiene una posición determinada, ¿interfieren con su libre voluntad señalarle pruebas de que es una posición equivocada? Por supuesto que no, nadie aplica ese estándar en el diario vivir.

Por otra parte, esta defensa tampoco logra hacer frente al segundo aspecto del argumento de ocultamiento divino. Incluso si Dios evita hacer evidente su presencia con el fin de respetar el libre albedrío de los no creyentes, ¿por qué no se le aparece a los creyentes a que ya creen que existe, y les explica lo que realmente quiere de ellos? ¿No lograría nada terminar con toda la confusión y la discordia en un aspecto tan importante?

Respuesta 3: Dios no se revela claramente porque sabe que hacerlo no haría ningún bien, los que creen seguirían creyendo y los rebeldes seguirían rebeldes.

Contradiciendo de plano a los que defienden la opción anterior, algunos teístas creen que Dios no se manifiesta porque sería inútil en hacer que las personas quieran acercarse a él; los que están decididos a no creer que racionalizarían dicha aparición como una alucinación o un truco ilusorio, y nadie saldría persuadido.

Sin embargo, esta opción es aún peor que la anterior.  En primer lugar, decir que ningún milagro podría vencer la terquedad de un incrédulo es negar patentemente la omnipotencia de Dios. ¿Cómo puede un ser infinito ser incapaz de afectar la mente de un solo ser humano? ¿Están alegando los teístas que un ateo ni se inmutaría ante tales demostraciones de gloriosa trascendencia?

No hay duda de que las afirmaciones anteriores me atribuyen una tremenda fuerza de voluntad, me temo que tengo que rechazar el cumplido. El hecho es que yo, como muchos otros, soy ateo precisamente debido a la falta de pruebas creíbles de la existencia de cualquier ser sobrenatural. Si dichas pruebas aparecieran, yo creería, al igual que muchos otros; motivos personales imaginarios no tienen nada que ver con esto. De hecho, como explica mi ensayo "terror de la verdad", si realmente tuviese evidencias de la existencia de un dios benévolo, yo no tendría ningún motivo para dejar de creer en él. El problema es que tales pruebas no aparecen, y es por eso que soy ateo.  Si Dios existe y desea que crea en él, no hay razón por la cual no debería proporcionarla.

Además, ¿Cómo se aplica eso al problema de la confusión religiosa? ¿Hemos de creer que las personas que han dedicado toda su vida a Dios de repente ya no estarían dispuestas a obedecerle si este se les presenta y les explica que algunas de sus creencias sobre de él eran incorrectas?  Decir que una inequívoca manifestación de Dios no convencería a nadie es mostrar una completa ignorancia de la psicología humana. La historia nos ofrece un gran número informes personas aparentemente racionales que voluntariamente abandonaron sus familias y sus posesiones para seguir auto-proclamados líderes religiosos con pocas o ninguna prueba a su favor. En todo caso, nosotros, como especie, somos demasiado ansiosos por seguir la autoridad. La afirmación de que una manifestación evidente de Dios mismo no inspiraría a la gente a seguirle es totalmente ridícula.

Además, incluso si una aparición divina no convencería a todos de adorarle, al menos aquellos que siguieran sin creer lo harían sabiendo exactamente lo que estaban haciendo. Nadie podría ser condenado por cometer un error honesto. Esta consideración se tratará con más detalle en la parte 5.

Respuesta 4: Dios no revelan claramente a sí mismo porque él desea adoración en lugar de mero reconocimiento de su existencia.

Una respuesta común, aunque extraña, al argumento de ocultamiento divino. Esta respuesta mantiene que, aunque Dios fácilmente podría convencer a las personas de su existencia, el no desea esto, sino que desea una clase de relación personal basada en el amor y adoración, el tipo de relación que un simple reconocimiento intelectual no produciría.

Si bien lo podemos encontrar frecuentemente en la literatura apologética, este argumento evidentemente ruega la pregunta. Es como decir no hay punto en llenar el carro con gasolina porqué eso no me llevará a mi destino por si solo. Es cierto que la simple creencia en la existencia de Dios no es una condición suficiente para producir el tipo de relación que el desea, pero sin duda es una condición necesaria. Una persona no puede amar ni adorar lo que no cree que exista.  Incluso si concedemos en aras del argumento que una manifestación evidente de Dios no produciría en culto en masa (aunque en realidad esto es casi seguro), dicha manifestación sentaría las bases sobre las cuales una respuesta de ese estilo podría desarrollarse. Una vez que una manifestación divina ha hecho insostenible la tesis de que Dios no existe, los predicadores podrían cesar sus esfuerzos por superar esta objeción y, en lugar de ello, concentrarse en proporcionar razones por las cuales Dios debe ser adorado y obedecido. ¡Sin duda esta sería una tarea mucho más fácil!

Además, esta defensa tampoco logra abordar el segundo aspecto importante del argumento. ¿Por qué Dios no se le aparece a los fieles que ya tienen una relación con él, y les explica como están malinterpretando sus deseos para así poner fin a tanta confusión y división religiosa? Tal y como se dijo anteriormente, para obedecer los mandamientos de Dios, los creyentes deben saber primero cuáles son en realidad.

Respuesta 5: Dios no se revela claramente porque una religión basada en milagros en lugar de la fe no sería duradera.

La última objeción a considerar sostiene que Dios no se revela clara e inequívocamente porque la gente se volvería dependiente de los milagros para creer en él. De ser así la creencia ya no sería del tipo que desea, el tipo que no necesita pruebas externas para sostenerse.

Sin embargo, cualquier propuesta de solución al problema del ocultamiento divino debe tomar en cuenta no sólo el hecho de que los milagros no ocurren hoy, sino también el hecho de que alguna vez fueron supuestamente abundante (véase la parte 1). En este sentido, esta explicación no puede considerarse un éxito. Porque, si el hecho que Dios realice milagros implica que la gente se vuelva dependiente de ellos, entonces parece que ya metió la pata: la Biblia y otros libros sagrados contienen muchas historias de milagros dramáticos. Si a Dios le preocupa que una serie de milagros constantes pueda socavar la fe de las personas, entonces ¿por qué en el pasado los realizaba con tanta frecuencia?

Es cierto que la gente podría llegar a cansarse si Dios se aparece cada generación para poner un show de efectos especiales. Pero eso no es lo que estoy sugiriendo. Estoy sugiriendo, por el contrario, que Dios podría manifestarse e interactuar con nosotros de la misma manera en que un ser humano lo haría  - no en impresionantes muestras de poder cósmico, sino en las formas simples y cotidianas que transmiten el mensaje de que la otra parte está ahí, que es quien dice ser, y que está dispuesto a comunicarse.  Estas cosas son componentes básicos y esenciales de una buena relación. ¿El hecho de que ud pueda ver a su mejor amigo todos los días puede arruinar su relación? Si no es así, ¿qué justificación puede haber para aplicarle a Dios un estándar diferente?

Parte 5: Conclusión

En el transcurso de este ensayo he argumentado que Dios, de existir, tendría fuertes razones para revelarse a la humanidad en una forma evidente y significativa, y ninguna razón importante para que abstenerse de hacerlo. Sin embargo, tal cosa no ha sucedido. Por lo tanto, es más razonable creer que Dios no existe que creer que Dios existe, pero decide permanecer oculto. Esta es la conclusión a la que nos lleva el argumento de ocultamiento divino.

Este argumento tiene un lado emocional aparte del intelectual. Si Dios es amoroso y compasivo, ¿por qué se esconde? ¿Por qué permite que tanta gente sea incapaz de encontrarle en una selva de cultos y creencias cuando él podría iluminarlos tan fácilmente? No es un secreto que hay muchas personas que luchan para mantener su fe, que viven plagados de dudas y que atraviesan momentos de profunda angustia intentando acabar con las mismas…  muchos de ellos acabaran siendo ateos en última instancia.  Peor aún, hay otras personas que están dispuestas a infligir los más terribles sufrimientos a sus prójimos a causa de sus creencias. ¿Por qué Dios no le pone fin a esta situación? Bastaría con pronunciar unas cuantas palabras para calmar las dudas y los temores de muchos, y además poner fin a la violencia religiosa que ha derramado tanta sangre inocente a lo largo de la historia. Su ausencia, por el contrario, permite que las crisis de fe y el derramamiento de sangre por motivos religiosos continúen hasta hoy.

Pero el ocultamiento divino tiene consecuencias potenciales mucho más graves que las que acabo de mencionar. Según muchas tradiciones religiosas, la suerte de aquellos que mueren sin creer en Dios o creyendo cosas incorrectas acerca de él, no es más que una eternidad de tormento. Como cualquier teísta estaría de acuerdo, este es un horrible destino, y presumiblemente Dios no desea que nadie se condene. ¿Por qué, entonces, no adoptar todas las medidas posibles para advertir a las personas? ¿Acaso es más valioso que la gente crea sin pruebas a que se salven de una eternidad de sufrimiento?

Este es otro ejemplo de cómo la religión, con el fin de perpetuarse a si misma, se basa en la voluntad de los creyentes de dejar de lado las normas ordinarias de racionalidad y sustituirlo por un nuevo estándar; uno donde "todo vale" cuando se trata de evaluar las acciones de Dios. Para ilustrar esto, considere esta analogía: Imagine que usted es un padre amoroso que vive cerca a una autopista, y le advierte a su niño sobre salir a la carretera, ya que podría morir al ser golpeado por un auto. Pero un día, varias semanas después de haber dado la advertencia, mira por la ventana y ve a su hijo corriendo peligrosamente hacia el tráfico. ¿Qué haría usted? ¿Se encogería de hombros y diría, "Oh bien, yo le advertí sobre el peligro, es su elección"? ¡Por supuesto que no! Usted probablemente correría hacia él y lo pondría fuera de peligro – cualquier padre amoroso lo haría. ¿Hemos de creer que Dios, que es infinitamente más amoroso que cualquier padre, opta por no hacer nada en una situación equivalente? Esta interpretación arroja serias dudas sobre su bondad, por decirlo de forma suave. Los teístas, sin embargo, no ven ningún problema con este comportamiento, incluso parecen incapaces de reconocer que hay alguna incongruencia.

En realidad, sin embargo, es implausible creer que una deidad digna de adoración se quedaría sin hacer nada mientras un gran número de seres humanos marchan hacia la condenación. Es irracional creer que un dios amoroso se mantendría oculto mientras sus hijos apenas pueden luchar con la duda y el miedo. Mucho más plausible y mucho más racional, es la conclusión de que la existencia de Dios no es evidente porque no existe Dios en primer lugar. De ello se desprende que las historias antiguas de milagros no son un reflejo de la realidad, sino un producto de la credulidad y la ignorancia humana – mientras más nos alejamos en el tiempo, más personas hay que están dispuestas a aceptar estas historias sin prueba alguna, y más difícil se hace ponerlas a prueba. También se puede concluir que las experiencias "divinas" que algunas personas tienen hoy en día no obedecen ni por asomo a una realidad objetiva, sino que son el resultado de ilusiones y de adoctrinamiento cultural.  Pero si estoy equivocado, estoy dispuesto a ser corregido. Mientras escribo estas palabras, yo, junto con muchos otros, estoy de pie junto al borde de la carretera. Todo lo que se requiere para persuadirnos de dar marcha atrás sería una nueva zarza ardiente.