Vida de asombro
El nihilismo del ateismo

Desde el principio de la historia, la religión ha tenido atrapada a la sociedad.  Desde luego, las religiones particulares aparecen y desaparecen, y siempre ha habido esa luz del pensamiento libre inclusive en las épocas más obscuras, pero a través de la mayor parte del tiempo el teísmo ha dominado la mayoría de las mentes.

Hasta, después de mucho tiempo, hay señales de que este dominio ancestral esta debilitándose, dándole la esperanza a los no creyentes de que el secularismo vaya a tomar el lugar merecido en el público. Sin embargo, el ateísmo sigue siendo una minoría por mucho, y la mayoría de los perjuicios grabados en las mentes de los creyentes aún persisten. Una de esas creencias infundidas es que el ateísmo no tiene bases para la moralidad, que solamente un juez divino vengativo provee a los humanos con una razón para hacer lo correcto.  Esa idea es discutida en "La zanahoria innombrable y la vara infinita". Pero hay otro perjuicio en contra del ateísmo, uno que es probablemente mucho más común, es que el ateísmo implica necesariamente el nihilismo.

Los teístas creen esto argumentan que la única manera de darle significado a nuestra vida, la única manera de verterle importancia y propósito a nuestros sentimientos, es creen en un dios trascendente que nos creó a todos. Sin esta creencia, según dicen, necesariamente caemos en la depresión y desesperación sobre la falta de sentido y la futilidad de nuestra existencia. Si no creemos en Dios, dicen, creemos que no somos más que animación agregada a las moléculas que son simples reacciones químicas dictadas por las leyes físicas. Sin un creador, siguen, no puede haber propósito en nuestras vidas ya que no hay un poder superior para darnos una; y si no hay vida después de esta, no hay un significado trascendente o sentido a lo que hacemos ya que todos inevitablemente moriremos y seremos olvidados, y después de ese destello, esa chispa de conciencia, no hay nada más que esperar pero una eternidad de oscuridad.

Como he dicho en otro lado, no  tengo el derecho para hablar de parte de todos los ateos. A lo mejor algunos de ellos creen en esto – aunque si es así me atrevo a decir que es porque ellos mismos han sido influenciados por los perjuicios teístas, por la gran popularidad que tienen.

Pero yo no creo en esto; de hecho, lo rechazo categóricamente. No creo que el ateísmo implique nihilismo. No creo que inevitablemente conlleve a la conclusión de que la vida no tenga propósito. No creo que nuestra existencia carece de significado, o que nuestras emociones son ilusiones, o que no tenemos esperanza.

Dicho esto, déjenme decir en lo que en verdad creo. Creo que el ateísmo implica libertad. Yo creo que, eso no necesariamente le da sentido o propósito a nuestras vidas, tampoco le niega la posibilidad de esto. Es el derecho de cada ser humano guiar su propio camino, decidir que hace su existencia significativa y cuál debe ser el propósito de sus  vidas, y con cierto razonamiento, el ateísmo se puede acomodar a lo que sea que queramos. Yo creo que nuestras mentes y nuestras emociones son completamente reales y no menos valiosas porque vienen de nuestras mentes materiales en vez de almas inmateriales imaginarias. Yo creo que la vida es inherentemente valiosa, llena de esplendor, misterio, belleza y complejidad, una cosa por la cual debemos alegrarnos, proteger y vivir al máximo. Yo creo que, a pesar de nuestra existencia limitada, tenemos mucho porque creer y muchas metas que valen la pena lograr. Creo que estando por nuestra cuenta, siendo parte del cosmos, nos engrandece en vez de minimizarnos y hace la existencia de nuestra conciencia mucho más asombrosa. Yo creo en lo sublime. Yo creo que lo más valioso e importante es intangible. Y yo creo que el ateísmo nos ofrece por lo menos la misma felicidad y plenitud que cualquier religión, y que es completamente compatible con todas las cosas –compasión, amor, felicidad, esperanza y asombro – que define a la humanidad y hace que la vida valga la pena. De hecho, yo creo firmemente que el ateísmo hace la vida en general, especialmente la consciente, inteligente, pensante, sentimental como la de nosotros, lo más precioso que hay.

No disputo los hechos presentados en la síntesis de la posición teísta. En realidad estamos hecho de moléculas, y que el azar jugó un rol significante en nuestro proceso de existencia, tanto a nivel de especie como a nivel individual. Nuestras emociones en realidad son reacciones químicas dentro de nuestros cerebros que obedecen las leyes de la física. Cada uno de nosotros, efectivamente, algún día morirá lo que implica que nunca volveremos a experimentar la existencia. Lo que niego es la interpretación de estos hechos. Brincar de esta simple descripción de ciertos aspectos del mundo a la conclusión de un ateísta es necesariamente nihilista y sin propósito conlleva dos falacias. Una de estas la llamo la falacia de la reducción (un visitante regular de alt.atheism Andrew Lias, a quien le debo comentarios reveladores, se refiere a ella como "falacia de la mediocridad"), la cual postula que un objeto puede ser completamente evaluado considerando solo las características más genéricas. La segunda, a la cual refiero como la falacia de la miseria, establece que entender cómo funciona algo necesariamente le resta el valor, lo hace menos asombroso o interesante.

Un ejemplo de la primera falacia sucede cuando los teístas menosprecian el punto de vista ateísta reduciéndolo a que los seres humanos son "solamente masa" o "solamente químicos". Sin embargo, no somos "solamente" esas cosas, al igual que una casa es "solamente ladrillos" o un libro es "solamente palabras". Las casas están hechas de ladrillos y los libros están hechos de palabras, pero no cualquier acomodo de los ladrillos constituye una casa o cualquier arreglo de palabras hace un libro. Los objetos inanimados como una piedra, una nube o un charco de agua podrían ser considerados con cierta justicia podrían ser considerados como "solamente moléculas", porque si uno fuera a reordenar sus moléculas de una manera distinta, el resultado más común sería que aún tuviéramos una piedra, una nube o un charco de agua. No hay nada intrínsecamente especial acerca de la organización de estas cosas. Pero lo mismo no aplica para nosotros – un reacomodo aleatorio de nuestras moléculas muy probablemente no resultaría en seres que pudieran hacer lo que hacemos.

Somos seres vivos – hacemos homeostasis, tenemos metabolismo, crecemos, nos reproducimos, nos adaptamos a nuestro entorno. Estas son propiedades que la gran mayoría de los arreglos moleculares aleatorios no poseen. Más allá de esto, poseemos características que nos diferencian de de la gran mayoría de otros seres vivos. Poseemos, por ejemplo, la muy rara e inusual característica de la conciencia, el reconocimiento de nosotros mismos como seres vivos distintos. Podemos clasificar los objetos en categorías abstractas. Podemos crear herramientas, darle significado a los símbolos, y utilizar un lenguaje complejo. Podemos recordar y aprender del pasado y anticipar y planear para el futuro. Podemos sentir emociones superiores como el amor, la compasión y la amistad. Podemos utilizar la razón, lógica deductiva y matemáticas complejas. Podemos crear música, arte, literatura y tecnología. Podemos organizarnos en sociedades grandes y complejas. Podemos utilizar los principios del método científico para entender las causas de los fenómenos naturales y controlarlos para nuestro beneficio. Todas estas son partes indiscutibles de lo que significa ser humano.

Si elegimos de todos los seres vivientes, la gran mayoría no cumple con estos criterios. Solo los humanos, y en menor medida otras especies animales, poseen estas habilidades, y solamente los humanos las hemos desarrollado a semejante grado. Por lo tanto, inclusive en el sentido más objetivo y frío, los seres humanos son raros y únicos, y por lo tanto especiales. No es necesario un sentido engreído de antropocentrismo para apoyar esta conclusión; es un hecho. Solo ignorando de una gran pasada todas estas características tan excepcionales y únicas, pasando por alto todas las habilidades especiales que poseemos, e insistiendo que una cosa no es más preciosa que el componente menos valioso es la única manera en que los teístas pueden afirmar que los ateos devalúan a los seres humanos de esta manera. En una manera fundamental, en realidad estamos hechos del mismo material que compone al resto del cosmos. ¿Cómo este hecho nos priva de esta innegable y extraordinaria naturaleza de quiénes y qué somos? ¿Por qué debería de ser degradante vernos hecho de moléculas, cuando de igual manera podemos ver que las moléculas son indescriptiblemente asombrosas ya que tienen la capacidad de hacer seres como nosotros?

Los seres humanos somos especiales en otra manera. Específicamente, es por nuestras acciones que le damos significado, valor, moralidad y significado al mundo  - somos la razón por la cual esas cosas existen. Sin nosotros, aún habría estaciones, los planetas seguirían girando alrededor del sol y el resto de los seres nacerían, crecerían y morirían, pero no habría nadie para darse cuenta de estos hechos, nadie que les diera un valor. Nuestra existencia le agrega una dimensión completamente nueva a la realidad que no poseería sin nosotros, y esto es algo absolutamente único para los humanos sobre todas las cosas que conocemos. En este sentido subjetivo, entonces, aparte de nuestra innegable distinción, los seres humanos somos increíblemente especiales. La existencia de una deidad no cambia estos hechos en lo absoluto.

Ahora, consideremos la segunda concepción errónea del teísmo – la falacia de la miseria, la afirmación de que entender cómo funciona algo solo reduce la especialidad y nuestra apreciación hacia ello. Esto es probablemente ejemplificado de la mejor manera por John Keats en su poema Lamia (1819):
"¿Qué no todo el encanto vuela
Con el simple toque de la fría filosofía?
Había un hermoso arco-iris en el cielo:
Conocemos su textura, su truco; esta dado
En un triste catálogo de las cosas comunes.
La filosofía cortará las alas de un ángel,
Conquistara todos los misterios por regla y ley,
Vaciará el aire encantado, la mina misteriosa –
Rasgará el arco iris… "
La última línea citada, la cual inspiró al biólogo Richard Dawkins para escribir el libro Destejiendo el arco iris, merece nuestra atención por su relación con la falacia del misterio. Ahora sabemos que el arco iris es una ilusión óptica creada por la refracción del sol a través de las gotas de agua suspendidas en el aire. Las propiedades del espectro visible de luz que la producen, así como las bases bioquímicas para la visión de color, son hechos bien establecidos, y la ciencia se ha movido a otros temas de estudio de los fenómenos naturales. Pero, ¿Acaso alguna de estas cosas hace que los radiantes colores de un arco iris después de una tormenta sean menos hermosos? Por el contrario, entendiendo las verdaderas causas de las cosas nos permite apreciarlas más; le agrega niveles y profundiza nuestra apreciación. Una persona con los conocimientos básicos de la física puede admirar el arco iris no solamente por su hermosura visual, sino también por la precisión y la elegancia de los fenómenos naturales subyacentes que interactúan para producirla.

Lo mismo es cierto para el resto de las áreas de la ciencia. Una persona que no sabe absolutamente nada de la geofísica o placas tectónicas puede admirar las nevadas cordilleras a la distancia, pero una persona que sabe algo de este campo puede admirarlas por esto mientras que simultáneamente las aprecia como placas continentales que han chocado, empujando hacia arriba, durante millones y millones de años por colisiones de las placas continentales nacidas del flujo de un manto de fuego debajo de ellas, esculpidas por la paciente erosión a través de la cual los bosques avanzaban y retrocedían y las civilizaciones surgían y caían a sus pies.  Una persona completamente ignorante de la astrofísica puede ser sorprendida por la inmensidad del cielo de la noche y sus estrellas brillantes más allá de nuestra habilidad para contarlas; muna persona conocedora puede hacerlo mientras piensa en la posibilidad aún más sorprendente gracias a su conocimiento que cada una puntos luminosos es un gigantesco sol como el nuestro, aunque a una distancia incomprensible de nosotros, y que la luz que ahora vemos de ellos ha viajado a través del vacío interestelar a través de miles o millones de años para finalmente llegar a nosotros. Y mientras que una persona que no sabe acerca de la biología puede escuchar con placer la música de los pájaros cantores, ver con asombro cómo un grupo de ballenas emerge de las profundidades del mar en una explosión de un rocío brillante, o venerar la corteza de un antiguo y masivo roble, una persona que conoce el fundamento central de la teoría de la evolución puede ver estos organismos no solamente como fenómenos aislados, impresionantes por sí mismos, sino como parte de una vasta unidad debajo de la simple vista  que vemos solamente en pequeños vistazos, que nos une en una tremenda y sutil red de interconexiones que data de billones de años y nos atrapa inclusive a nosotros, uniéndonos en los lazos irrompibles de la herencia y familiaridad entre nosotros, a nuestras especies con las que compartimos el planeta y a esa primera vida de la cual todos descendemos. En cada caso, entender un fenómeno no es empobrecerlo, es enriquecerlo más allá de la superficie, incrementando su belleza y a nuestra debida admiración y encanto.

Todo esto es igualmente válido para nuestras mentes y las emociones. Es cierto que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra identidad es el resultado de señales eléctricas y la activación de químicos neurotransmisores dentro del cerebro. Pero esto no las hace menos reales o significativas. ¿Por qué habría de? ¿Por qué su legitimidad depende de que su causa sea desconocida?

Aún y si las bases de nuestros pensamientos y sentimientos es completamente material, eso no lo hace menos genuino, porque no es posible para que haya algo como un sentimiento falso o una ilusión de un sentimiento. Una reproducción perfecta de una emoción sería, por definición, esa misma emoción. No importa de donde vengan para que las experimentemos. Cuando yo volteo a ver al cielo cubierto de estrellas en la infinidad del universo, yo me siento sorprendido; cuando percibo los brillantes colores de un amanecer, yo estoy siendo atrapado por su hermosura; cuando veo a alguien sufriendo o algún necesitado, yo siento compasión; cuando yo contemplo los misterios de la vida y la existencia, yo experimento el asombro; cuando yo miro a los ojos de alguien especial a mí, estoy consciente del amor. Entender intelectualmente las bases de estos sentimientos no los hace menos sublimes o motivadores, y negar que se originan en un "fantasma dentro de la máquina" sobrenatural adentro de mi cabeza de ninguna manera los hace menos válidos o reales.

Estas sensaciones no se empobrecen sabiendo que tienen una fuente comprensible y material. Al contrario, saber que estos sentimientos yacen en los principios de la física y sus antecedentes los ancla firmemente a la realidad – los hace más reales. En vez del epifenomenalismo pretencioso defendido por algunos filósofos duales, en el que nuestros pensamientos y sentimientos están producidos en un plano etéreo de sensaciones subjetivas completamente divorciado de los eventos en el mundo en donde nuestros cuerpos habitan, este materialismo robusto nos da confianza de que nuestros importantes e invaluables sentimientos están firmemente apegados a, y producidos por, acontecimientos en el mundo real. Es una descripción perfectamente válida de una situación dada decir que la luz relejada de alguien acercándose pasa a través de los irises de mis ojos y golpea mis retinas, donde la energía llevada por los fotones activa patrones de células cono sensibles a la luz, que en cambio mandan un mensaje a través de los nervios ópticos a mi corteza visual primaria donde las neuronas especializadas para detectar figuras, movimiento, orillas y profundidad, organizadas en redes neurales más grandes encargadas de detectar caras, iluminan los patrones que activan mis lóbulos temporales, tomando memorias guardadas en modo de largo plazo de la misma cara; estas memorias conllevan carga emocional, adquirida a través de mi sistema límbico, que estimula la segregación de hormonas y neurotransmisores como la oxitocina y dopamina que producen sentimientos de afecto y cercanía, aún y cuando la sensación que se esparce llega a mi centro de lenguaje donde está ligado a un patrón de sonidos que juntos representan un nombre. Es una descripción igualmente válida decir que veo a alguien acercándose y sentir que la amo.

Con estas falacias demostradas, es mucho más fácil limpiar el resto de las objeciones teístas contra el ateísmo, la primera dice lo siguiente: ¿Cómo un ateísta puede tener un sentido en la vida sin que dios se la dé? ¿Cómo un ateísta cree que la vida tiene significado si no hay un poder superior para verterle alguna?

Esta objeción, de todas las hechas por los teístas, es la más fácil de responder. ¿De dónde viene nuestro propósito y nuestro significado? Vienen exclusivamente de nosotros. Siempre y cuando respetemos la felicidad de los demás y el mismo derecho que tienen los demás para hacer lo mismo, es el derecho de cada persona decidir que hace su vida significativa y cuál será el propósito de ella. Un ateo puede dedicar su vida entera peleando en contra de los abusos cometidos en el nombre de la religión, defendiendo la separación entre el estado y la iglesia o tratando de ganar gente para la causa del pensamiento libre, pero no todos los ateos deciden ser activistas. Un ateo puede decidir escribir, pintar, esculpir, programar, inventar o crear de alguna otra manera. Un ateo puede sumergirse en la cultura y atender a todo tipo de conciertos y obras o leer todas las grandes obras de la literatura. Un ateo tiene la opción de dedicarse a la ciencia y cómo funciona el mundo, o convertirse en un científico profesional y empujar las fronteras de nuestro conocimiento. Un ateo puede dedicar su vida al servicio de la comunidad y caridad, voluntariado en el hospital local, albergue para desahuciados, casa de retiro, centro de rehabilitación, o cualquier otra organización similar. Un ateo puede servir a su país o a la humanidad en general convirtiéndose en un bombero, paramédico, policía, soldado o cualquier otra carrera dedicada al servicio público. Un ateo puede decidir que su misión es explorar los rincones más peligrosos  del planeta – escalar montañas, descender los rápidos, caminar por los desiertos – o viajar por el mundo, visitando todas las grandes ciudades y puntos de interés. Un ateo puede aprender a leer un instrumento musical, aprender otros idiomas, aprender a jugar un deporte o juego, o aprender un arte marcial. Un ateo puede encontrar a alguien a quien ama y dedicar su vida entera a ser feliz – ¡o puede hacer todas estas cosas!  El ateísmo deja abiertas todas estas opciones y más, pero no nos fuerza a que elijamos alguna de ellas; es en esencia la libertad, autonomía y auto direccionamiento. Para un ateo, la vida es un horizonte abierto, y cada persona puede elegir su destino y camino. Todo lo que una persona tiene que hacer es decidir que quiere hacer con su vida, que tendría sentido para ellos, ¡y después hacer eso mismo que se propuso!

La única pregunta sin respuesta es porque los teístas sienten que necesitamos un dios para que nos dé un propósito. ¿Por qué necesitamos una deidad, o cualquier otra persona, para que nos diga cómo vivir nuestras vidas? ¿Cuál es la gran dificultad de elegir por nosotros mismos? Después de todo, la pregunta de qué es significativo para una persona siempre y definitivamente debe ser contestada por ella misma. Aún los teístas que derivan su sentido del propósito de la vida por seguir lo que ellos ven como la palabra de Dios lo hacen únicamente porque ven esas palabras particulares como significativas para ellos.

Aún más desconcertante para mí es la noción de que Dios nos da a todos un propósito, siendo este adorarlo. ¿Cómo puede alguien abrazar tal visión tan limitante y depresiva? Nos hace esclavos, títeres, o un aplauso enlatado, creado por una deidad vanidosa e insegura solo para que podamos decirle constantemente que tan grande es. Igualmente malo, según yo, es el concepto de que Dios ha decretado para nosotros es que creamos en él y sigamos sus reglas para que podamos ser salvados. Si esto es lo que Dios quería para nosotros, ¿Por qué no nos creó en el Cielo en primer lugar? ¿Por qué nos creo en un lugar aparte de él y después dejó una serie de obstáculos arbitrarios que debemos sortear para llegar nuevamente a él? Esta visión reduce la humanidad a una rata corriendo en un laberinto.

En contraste con estas visiones esta la libertad ofrecida por el ateísmo. A uno que nunca ha conocido nada más que las sofocadoras limitaciones de una vida la cual cada aspecto está predeterminado por una religión doctrinaria, la emoción de la verdadera autonomía solo puede ser imaginada. La humanidad no se ve reducida, sino enriquecida dejando a un lado este sentimiento absurdo de la obediencia a escritos arcaicos y una jerarquía eclesiástica que nos atrofia y actuando por nosotros mismos, marcando nuestro paso, tomando un nuevo camino. Es la decisión hacer con nuestras vidas lo que nosotros deseemos lo que nos da a nuestra existencia un verdadero significado y propósito.

Aunque varios pueden objetar que esta concepción de significado y propósito es muy subjetiva, el hecho es que no hay ninguna razón exacta para nuestra existencia, ni necesita haberlo. El significado y el propósito son, por su propia naturaleza, construcciones de nuestra mente. Para que haya propósito, debe de haber alguien para quién sea el propósito; para que haya significado, debe de haber alguien a quien le signifique algo. Ya que las mentes de las personas son diferentes, el significado y el propósito necesariamente variará de persona a persona. Esto no los hace menos reales o menos importantes. Dada la gran abundancia de oportunidades para encontrarle el significado y el propósito a nuestra vida diariamente, no hay necesidad de creer que la vida requiere un significado cósmico, universal impuesto desde arriba, o que ese propósito no puede serlo sin la aprobación y el permiso de un poder superior fuera de nosotros. ¿Qué acaso no basta que la vida signifique algo para ti?

Conclusiones similares se pueden mantener para las fuentes de valor y aprecio. Los humanos, como seres inteligentes y libres, le damos valor y aprecio al mundo a través de sus acciones, decidiendo cuales cosas son dignas de ser valoradas y apreciadas. La única diferencia en este caso es que, mientras que no hay un propósito de vida que todos compartimos, hay un valor universal que todos apreciamos – la felicidad. Ya que las personas encuentran la felicidad a través de muchos caminos diferentes, las incidencias a través de las que llegamos al fin serán evaluadas diferentes dependiendo de quien haga la evaluación. Esto es natural y debería de ser esperado. Sin embargo, identificando una serie de principios inmutables, como la justicia y los derechos humanos, que en general trabajan a favor de la causa de la felicidad más que inhibirla, un sistema consistente de valores asegura de que el menor sufrimiento innecesario y la mayor cantidad de felicidad para cada uno pueda ser alcanzada. Dentro de los límites de este sistema, los seres humanos pueden y deben decidir por sí mismos qué es lo más valioso para ellos y hacer su vida lo más significativa. (Nuevamente, referirse a "La zanahoria innombrable y la vara infinita" para más información de este sistema moral.)

¿Qué tipo de cosas puede un ateo encontrar valiosas? Aparte de la felicidad, el bien más fundamenta, yo aprecio la vida humana, el prerrequisito esencial para que este bien exista. Yo aprecio la libertad, la compasión y justicia como prerrequisitos de segundo orden que contribuyen en gran medida a esta meta. Yo aprecio los placeres simples de los sentidos y los placeres más abstractos del intelecto. Yo estimo el amor y la amistad en las relaciones humanas. Yo valoro la gloriosa y fantástica hermosura del mundo natural, ya sean los colores del cielo al amanecer o atardecer, el rugir de una cascada y los arco iris fragmentados provocados por su rocío, la luz que se filtra a través de las hojas de los árboles, el arado de tierra visto desde la punta de una montaña, la pureza de un manto blanco de la mañana después de una nevada, o el brillante espiral de una galaxia girando contra la oscuridad del espacio.

Como una extensión de la compasión que le tengo a todos los seres humanos, yo valoro la diversidad del mundo entero, las millones de especies únicas y la existencia de las áreas salvajes para que vivan en ellas. Yo aprecio el sorprendente poder de la mente humana y las verdades iluminadoras que puede descubrir a través de la razón y el método científico. Yo aprecio los grandes logros de la raza humana y aprecio el potencial mucho mayor que aún tenemos, a pesar de todos los problemas que nos han impedido alcanzarlo hasta ahora ("Encontrando la belleza en lo mundano" describe más cosas valiosas para este ateo.)

Por el otro lado, tratar de encontrar el valor en base a lo que Dios las aprecia es un trabajo que siempre estará plagado por la duda y disputa. No hay siquiera evidencia clara de que un ser como tal exista, mucho menos que evalúe ciertas cosas más que otras, tal y como lo demuestra al cisma y argumentación constante entre los religiosos. Después de miles y miles de años, la humanidad no está más cerca en lo que Dios quiere o aprecia – estamos más alejados, si es que existe. Si en verdad lo hay, como la gran mayoría de los creyentes postula, solo un dios con una consistente, inmutable serie de valores que desea comunicarnos, esto es de extrañarse e inesperado. Por el otro lado, si nunca ha habido nada más que seres humanos con opiniones diferentes buscando de imponer su visión, esto es perfectamente comprensible. Debemos detener esta interminable búsqueda del espejismo de la voluntad divina, dejar a un lado la fe y los dogmas como bases para tomar decisiones, y en vez de eso valernos de la razón y el bien común para guiarnos de ahora en adelante. Probablemente nunca lleguemos a un acuerdo en cuanto al valor exacto de todo, ni es necesario, pero nos podemos acercar mucho más y alcanzar una solución mucho más armoniosa que jamás podríamos si existen sectas religiosas cada una convencida de una verdad absoluta dada por dios para llevar un mismo estilo de vida.

Otro argumento señalado por algunos creyentes contra el ateísmo es que ese punto de vista escéptico y cuestionador le roba a la vida del asombro. Muchos teístas, quienes derivan su significado de la vida a través de su salto de fe, imaginan que nuestra existencia debe ser muy empobrecida por creer solamente en las cosas que vemos y tocamos.

Aunque el ateísmo por sí mismo no requiere de una visión escéptica, es en verdad cierto que en mi experiencia la mayoría de los ateos son escépticos, ya sea por el hábito general de la crítica cuestionadora los llevó a cuestionar la existencia de Dios, o porque cuestionar esa conclusión generalmente aceptada los inspiró a aplicar un método similar en otras áreas de la vida. También estoy de acuerdo que el escepticismo no provoca el asombro. Sin embargo, yo argumento que el rol que juega como precursor a esa emoción. Como el ensayo "Un dios mucho mayor" alega, la humanidad está tan a la deriva en un mar de afirmaciones erróneas, tanto formadas inconscientemente formadas por la superstición y los engaños constantemente fabricados. Si no tenemos manera de librarnos de este desorden, si no tenemos manera de diferenciar que es cierto, ¿Cómo es que podemos ser movidos hacia la sorpresa y asombro? Dichas emociones necesitan unas bases de piedra, no las arenas movedizas de los rumores. Así como en la fábula del niño que gritaba "¡Ahí viene el lobo!", donde el terror de los gritos del niño dejo de inspirar a los compañeros de la villa cuando dejaron de creer en él, el afilado borde del asombro no puede sino oxidarse si somos constantemente sorprendidos por afirmaciones que después resultan ser falsas. El escepticismo disipa todas estas nubes de humo de manera que es más fácil de ver la realidad de la manera que es – y es de ahí de donde el verdadero asombro viene. Los hechos científicos establecidos acerca del universo en donde vivimos son mucho más inspiradores de asombro que los más creativos de los escritores pudieron haber creado, no solamente porque son reales, sino porque consistentemente los llegan a superar. ¿Los poetas y trovadores más grandes de la antigüedad alguna vez soñaron que nuestros cuerpos están hechos del polvo de las estrellas que murieron hace miles de años?

La razón final que los teístas frecuentemente ven en que el ateísmo implica nihilismo viene de la concepción errónea de que, sin una vida eterna, las metas humanas son finalmente fútiles y que no tenemos nada para que vivir. Si eventualmente morimos y dejamos de existir, el argumento dice, ¿por qué cualquier cosa de lo que hacemos vale la pena?

Sin embargo, esta pregunta puede ser volteada fácilmente: ¿Por qué es importante que lo que hagamos no le importe a nadie en un hipotético futuro distante? Importa aquí y ahora. Algunos teístas creen que no hay buena obra que valga la pena si no está hecha y recordada para el fin de los tiempos, pero este no es la única posible opinión en el asunto. Un teísta que busca discutir contra un ateo no puede simplemente argumentar que todos los problemas sean evaluados desde su punto de vista y que las conclusiones a las que se lleguen sean aceptadas. En vez de ello, un esfuerzo debe ser hecho para ver qué es en lo que la otra persona realmente cree, y después el debatiente debe mostrar dónde en esa posición – una posición bastante apegada a la realidad, bien representada y no una versión de papel – es inconsistente ya sea dentro de ella o con la realidad externa, para vencerla. Muchos proselitistas que atacan al ateísmo, en mi experiencia, no están dispuestos de hacerlo, y esto condena sus esfuerzos sin siquiera haber empezado.

Esta respuesta también puede ser volteada de otra manera muy fácil. Si no hay vida eterna, entonces esta vida es la única que tendremos, y nuestra única oportunidad para ser felices es ahora. Esto significa que, de hecho, el ateísmo es la visión que hace nuestra vida lo más precioso que hay y les da a nuestras metas la prioridad mayor. El teísta creyente en la vida posterior, en contraste, tiene pocas razones para creer que cualquier cosa que hagamos ahora importa a largo plazo. Cualquier obra de arte que uno quisiera crear, cualquier libro que uno quisiera escribir o leer, o cualquier otra cosa que uno deseo haber hecho – habrá suficiente tiempo para hacer cualquier cosa en el Cielo. No habría punto en esforzarse por hacer cosa alguna en esta efímera vida mortal. De igual manera, esta visión remueve todo sentido de urgencia, toda la importancia, de cualquier búsqueda para mejorar este mundo para nuestros descendientes, de establecer justicia, de aliviar el sufrimiento de los seres humanos. ¿Por qué molestarse, si estas cosas se arreglarán por sí mismas al final?

El ateo, en contraste, tiene razones fuertes para proponerse y lograr metas. Si esta es la única vida que tenemos, entonces cualquier cosa que deseemos hacer para mejorarnos, la tenemos que hacer ahora o perdemos la oportunidad para siempre. De igual manera, si no hay vida después de esta donde los buenos van a ser recompensados y los malhechores castigados, tenemos que trabajar muy duro para reducir el sufrimiento y asegurarnos de que haya justicia. Si no hay un Dios con el que podamos contar para hacer este tipo de cosas, entonces depende de nosotros.

Nuestras metas tampoco están limitadas a mejorar las cosas para nosotros y quienes están vivos. Un ateo que vive por la Ley Dorada y el tipo de compasión a largo plazo que nos hace humanos tiene todas las razones para definir una meta a largo plazo como asegurar que se cumplan los derechos humanos alrededor del mundo, mejorar la salud en todo el planeta o avanzar el conocimiento científico, metas cuyos beneficios pueden no ser apreciados completamente durante la vida del individuo. Nuestros descendientes algún día heredarán este planeta, y les debemos proveer con el mejor que podamos darles. Esta es la única manera que tenemos para cubrir nuestra deuda con esas generaciones anteriores que de igual manera lucharon y murieron por nuestra causa, y más aún, es lo correcto. Similarmente, ya que no habrá una gran junta al final de las mentes en una vida imaginaria, tenemos la obligación de preservar nuestros intelectos y descubrimientos para el beneficio de las futuras generaciones lo mejor que podamos, a través de la literatura, ciencia o inventos. Estas cosas son los regalos que podemos dejarle a la gente que aún está por nacer.

El cese eventual de nuestra existencia no hace nada de esto insignificante. Tienen significado para nosotros ahora, y tendrán significado cuando sus beneficios sean descubiertos en el futuro, y eso es más que suficiente. Valen la pena. Lo que no vale la pena es vivir esta vida, el regalo más grande que cualquiera pudiera tener, en un estado de obediencia sumisa, cediendo su cuerpo, su mente, sus pensamientos a la voluntad de otro y postrándose ante sombras y fantasmas de nuestra imaginación. No vale la pena negar el poder de la mente libre y todo el alcance de la felicidad que una persona puede tener ante una vida pasiva sin conciencia, con miedo y abnegación sin sentido. No vale la pena cerrarnos ante opiniones, no cuestionar, rehusarnos a investigar y en vez de ello aceptar dócilmente los pronunciamientos de autoridades auto proclamadas. No vale la pena dividir, odiar, hacer la guerra y conquistar en el nombre de Dios. Estas cosas son un terrible desperdicio de la irremplazable vida que tenemos cada uno de nosotros.

No niego que hay mucha gente puede encontrar felicidad y sentido a su vida a través de su creencia en Dios, pero si rechazo que esta sea la única manera de encontrar estas cosas. Muchos proselitistas afirman que todos aquellos que no creen igual a ellos son de cierta manera deficientes, que toda la gente tiene ese "agujero en forma de Dios" dentro de cada uno de ellos que solamente puede ser llenado a través de la veneración a una deidad, creando una sensación de propósito y satisfacción en su vida, y que todo intento de adquirir la felicidad de alguna otra manera eventualmente terminará en frustración y miseria. Esta premisa es frecuentemente la principal en sus intentos de convertir otros así como la base para sus creencias. Admitir que una vida satisfactoria, feliz, significativa y guiada por un propósito puede ser vivida sin una creencia en Dios resultaría en el derrumbamiento de su concepción del mundo entero. Esto ha llevado a un extraño espectáculo en algunos foros de discusión en Internet de ateístas afirmando que viven una vida feliz y llena de propósito mientras que los teístas intentan convertirlos asegurando que en realidad no es así. Uno pensaría que esta gente, insistiendo elaboradamente que el ateísmo debe implicar una vida sin sentido, nihilista, cuando la mayoría de los ateístas aseguran que no se sienten de esta manera, es comprable con la de un científico argumentando que los abejorros no pueden volar porque las matemáticas no lo permiten. La teoría siempre se debe doblegar ante los hechos. De hecho, si uno lee las historias de deconversión de gente que alguna vez fue religiosa pero se convirtió al ateísmo, estoy seguro que los lectores encontraran un atributo que la gran mayoría comparte es el alivio, la felicidad experimentada por tanta gente al librarse de esos sentimientos teístas.

El hecho sobre este asunto es que la religión no tiene una posesión exclusiva sobre las cualidades universales como el amor, felicidad, propósito y significado. Estas son partes básicas y fundamentales de lo que significa ser humano, y no hay sistema de creencias alguno que sea propietario de estos. Aunque algunos teístas pueden afirmar que aquellos que no sigan las reglas de su religión no pueden sentir estas cosas, su autoridad para hacer estas afirmaciones es completamente nula.

Algunos creyentes pueden sentir que ellos no podrían encontrar una vida satisfactoria o con propósito como ateístas, pero sería totalmente arrogante por parte de ellos afirmar que por ello nadie más podría hacerlo. ¿Qué les hace creer que tienen derecho a hacer semejante generalización? Sus pueden decirles invariablemente que los ateos son irremediablemente mal guiados y miserables, pero nuevamente, la existencia de una deidad que escribió esos libros y quien puede ver el contenido de la mente de las personas es precisamente lo que está en juego. Un ateo diría que esos pasajes no representan cosa alguna más que los perjuicios de los escritores humanos, y dicho argumento sería fundamentado por la evidencia de que existen ateos quienes consideran su vida valiosa y significativa.

Este ensayo, en comparación, nos presenta el punto de vista de un ateo real. Este no es un teísta proselitista o un apologista religioso tratando de convencerte de lo que el ateísmo significa, tratando de argumentar acerca de las implicaciones desde el punto de vista en el que él no cree. Este es un ateo diciendo todo esto. Esto es en lo que creo. Así es como vivo mi vida.

De hecho, mi vida está llena de propósito. Está llena de significado. Para mí, el ateísmo es una vida de asombro. Lo encuentro en la compañía de amigos sencillos y más profundamente en la compañía de gente a la que amo. Lo encuentro viendo el amanecer del sol en la madrugada. Lo encuentro al caminar a través de un bosque en otoño y maravillándome ante los colores vibrantes y el juego de la luz en las hojas, caminando a través del mismo bosque en verano, observando la fotosíntesis y esa vibrante red de interconexiones de la vida creada por millones de años de evolución, regresando a ese mismo bosque en invierno para ver los patrones fractales de las hojas y del hielo y la turbulencia de mi aliento vaporizándose  en el aire. Lo encuentro en el observar del vuelo de los pájaros. Lo encuentro viendo las nubes en el día y considerando cómo la atmósfera influye para que el cielo se vea azul, o viendo las estrellas en la noche y dejando que mi imaginación navegue a través de lo vasto y majestuoso que es el cosmos, preguntándome si hay algún otro tipo de vida inteligente ahí afuera que estaría viendo al universo preguntándose exactamente lo mismo. Lo encuentro en las reflexiones acerca de las verdades profundas de mi propia existencia, pensando como mis pensamientos como destellos electroquímicos en una red e neuronas y sinapsis, mi propio cuerpo creado por doble hélices auto replicables, rompiéndose y combinándose, mutándose y propagándose a través del tiempo, mi propia estructura como una composición de pequeños pedazos de materia, el eterno girar de los electrones alrededor del núcleo atómico, pequeñas partículas inmutables tan viejas como el universo y tan efímeras como la nada, todo armándose por sí mismo a través de varios niveles de complejidad para formar una mente pensante, consciente y capaz de reflexionar acerca de su existencia. Lo encuentro en contemplando el futuro y preguntándome que seguirá después. Hay mucho que disfrutar en este mundo, y nada de ello es menos válido o deseable por no creer en Dios. En vez de ello, simplemente incrementa mi asombro que existimos, que vivimos y pensamos, que hemos llegado tan lejos por nuestra cuenta. Hay mucho para amar, mucho para apreciar, y mucho más todavía para aprender. Esto no es nihilismo, y no hay razón para que lo sea. Al contrario, el ateísmo no es nada menos que la resonante afirmación de la vida.